Los semiconductores son componentes esenciales en todos los productos electrónicos, ya sea un simple mando a distancia de televisión o una supercomputadora para simular patrones climáticos.
Si bien los chips en sí son resistentes y están hechos para soportar temperaturas extremas, vibraciones y otros impactos externos, la cadena global de suministro de semiconductores es relativamente frágil, propensa a interrupciones por catástrofes naturales o provocadas por el hombre.
El suministro de chips no se puede encender y apagar con un interruptor. Las plantas que fabrican miles de millones de obleas funcionan como un reloj suizo las 24 horas del día, los 7 días de la semana y los 365 días del año. Cambiar la línea de producción para un nuevo chip puede llevar semanas, o incluso meses, y aumentar significativamente la capacidad de fabricación de obleas puede llevar años y miles de millones de dólares.
La pandemia de Covid-19 ya había ejercido una enorme presión sobre las cadenas de suministro, especialmente para la electrónica de consumo como ordenadores portátiles, consolas de videojuegos y teléfonos inteligentes, hecho que obligó a personas de todo el mundo a encontrar nuevas formas de trabajar y jugar.
La inesperada velocidad en que se reactivó la automoción después del cierre de fábricas, cuando las compañías habían cancelado pedidos de chips después de haber pronosticado incorrectamente una menor demanda para el resto del año debido a la pandemia generó una fuerte constricción en el suministro de semiconductores, creando gran déficit para una amplia gama de industrias.
No se espera que la actual escasez de circuitos integrados termine pronto. Los expertos pronostican que podrían pasar dos años más antes de que se restablezca el equilibrio entre la oferta y la demanda.
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